El "komboloi" griego
Por Ramón Jiménez Fraile
Por Ramón Jiménez Fraile
…. Me estoy
refiriendo al komboloi,
esa especie de collar de cuentas que griegos de todas las condiciones
y en todos los ámbitos desgranan y balancean con rutinaria destreza.
No sólo
entre pescadores ni en el medio rural, sino también en la agitada
Atenas, proliferan los komboloia.
Incluso la mujer taxista que me llevó de vuelta al aeropuerto me
demostró que también ellas se han apropiado de este instrumento
dotado, cuando menos, de cualidades relajantes.
El komboloi
hunde
sus raices en las grandes religiones. El invento se debe a los
budistas que lo introdujeron en el siglo VI antes de Cristo como
técnina de meditación. Después los hinduistas crearon su mala,
dotado de 108 cuentas, tantas como oraciones que debían ser
recitadas de memoria. El mismo esquema fue seguido por los musulmanes
con el masbaha,
provisto de 99 cuentas que corresponden a las advocaciones de Alá
que los fieles deben repetir cinco veces al día. Los católicos
copiaron a los musulmanes la idea y la trasformaron en el rosario. La
aportación más original vino de los griegos, los cuales imitaron a
sus dominadores los turcos, pero desposeyendo a sus komboloia
de
toda connotación religiosa que no fuera la de conectar con la
eternidad a través del flujo circular del tiempo.
El
templo laico del komboloi está
en Nafplio, la antigua capital de la Grecia moderna. La visita del
Museo del Komboloi (http://www.komboloi.gr/) en
esa cuidad proporciona una buena dosis de la serenidad de espiritu
que su promotor, Aris Evangelinos, heredó de su abuelo, eterno
viajero por tierras orientales, junto con una variadísima colección
de komboloia.
A diferencia de los masbahas,
malas
y rosarios, el komboloi griego
no tiene un número fijo de cuentas y la distancia entre ellas puede
variar a gusto de propietario. Lo que hoy representa para los griegos
una señal de identidad fue en su día, según le confió a
Evangelinos su abuelo, un emplema de liberación.
Más
que a su apariencia -de una infinidad de tonos, texturas e incluso
aromas en el caso de determinadas maderas y resinas- el komboloi
debe su etimología al peculiar chasquido de las cuentas al chocar
entre ellas. De ahí que sea al sonido, así como al tacto, en lo que
haya que fijarse a la hora de elegir un komboloi.
Aunque, con el paso del tiempo, a medida que la sabiduría haga
mella, acabará apreciando a su ya inseparable compañero de viaje
por cualidades más auténticas: su silencio en situación de reposo
y el hueco dejado en las manos tras una vida repleta de recíprocas
caricias.
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